La Navidad y los taxistas

Es 21 de diciembre. Día de elecciones en Catalunya. Todo indica que el tráfico será denso y que mi cartera lo va a pasar mal, pero hoy es día de coger, por lo menos, un taxi. No voy a subir en uno por el mero hecho de sentirme un burgués, que también; quiero ir un poco más allá y descubrir algo más de esta profesión que ha ejercido de psicóloga con mucha gente. Concretamente, quiero saber qué les pasa por la cabeza a aquellos que trabajan en las fechas más señaladas del año. 

Ya he votado. Salgo del colegio electoral, bastante lleno, por cierto, cuando se escuchan los gritos de una niña pequeña que mis oídos no son capaces de descifrar. Su mamá la coge fuerte de la mano y suelta un: “No, cariño, hoy no se grita. Hoy solo se vota y ya está”. La niña lo acepta y aparta su espíritu reivindicativo, pero su expresión se vuelve un poco más seria. Venía con ganas de pasárselo bien, pero al final todo se vuelve un poco más aburrido. 


Vistas a la Vall d'Hebron y al Tibidabo saliendo del colegio electoral.

La suerte me va sonriedo. Salgo a la calle y un taxi se aproxima a una velocidad más que prudente. Está vacío. Me doy prisa y lo paro. Entro en el asiento del copiloto, con mi mejor perfume, el peinado que me ha quedado tras salir de la ducha y ofreciendo mi mejor sonrisa. 

—Qué, ¿a dónde vamos, jefe? 
—Vaya circulando hacia el centro, por favor. 

En una primera instancia, el hombre se sorprende por mi seguridad y tal vez mi pedantería. “Otro niño de papá que coge taxis a la ligera”, debe pensar. Nos instalamos en el carril derecho del Passeig Maragall y intento ganarme al buen hombre a golpe de labia, la que buenamente he podido conseguir en los 19 años que llevo en este mundo. 

El acento es del sur. ¿Andalucía? ¿Extremadura? Tal vez. Muy amable, simpático, rozando los sesenta años seguro. Baja un poco el volumen de la radio que ofrece, cómo no, un especial elecciones. No consigo identificar la emisora. “Vaya periodista”, me digo. 


Viento en popa a toda rueda


—A ver si puedo votar hoy, porque con los horarios que hago, va a estar difícil. 

“¡Es la mía!”

—¿Le puedo preguntar por sus horarios? No los suyos particularmente, que también me interesan. Pero el de los taxistas en general. ¿Cómo pasan la Navidad? 

El hombre carraspea y se prepara para un discurso más bien largo. Y no defrauda: me cuenta todo tipo de historias de cuando ha trabajado en Nochebuena. Asegura que aquella noche hay poco trabajo, poco tráfico en general, cosa que, sorprendentemente, agradece. Afirma que Barcelona es una ciudad preciosa para conducir de noche, y con poco tráfico pues todavía más. 

La noche del 25 es diferente. Parece que todo sea muy bonito, pero nada más lejos de la realidad. A altas horas de la madrugada no fallan los zombies que manchan estas preciosas abejas que circulan por la ciudad condal. Suelen parar al conductor no saben cómo y suben al coche, indicando como buenamente pueden para llegar a sus hogares. 


Imagen tomada de Internet.

—Hay gente que sin la bebida no puede vivir. Así de claro. Incluso en el día de Navidad. Uno tiene que aguantarlos, y eso que ni hablan ni molestan, normalmente. Pero le quitan todo el romanticismo a una ciudad que, en muchos sentidos, es mágica. 

Me pregunto si tiene familia. El hombre, como buen taxista que es, me lee la mente. 

—Estoy separado de mi esposa hace ya bastantes años, así que ahora vivo solo. No me es muy difícil pasar estas fechas conduciendo. Al contrario, conducir me encanta, y pasar Navidad, San Esteban o la Nochevieja con el coche creo que es lo mío. Si me quedara en casa sería más duro, creo yo. 

No me atrevo a preguntarle si tiene hijos. Seguro que me vuelve a leer la mente, pero no debe querer hablar del tema. Dejémoslo. 

Mientras asiento con la cabeza, intentando mostrar un poco de incredulidad con el lenguaje no verbal. Realmente lo veo de lo más normal. Donde más cómodo se encuentra es en el volante, acercando a locales, guiris, sobrios o borrachos a sus casas. Se sorprende a sí mismo subiendo el volumen de la radio.


—Esto de los elecciones es una pantomima todo. Todos los partidos nos esconden muchas cosas. Todos. Si me da tiempo, voy a votar a la CUP. Qué tíos. Esos sí que hablan claro y son honestos. El verdadero partido del pueblo.


“Seguramente”. Con la broma, ya estamos llegando a Plaça Catalunya. Le digo que pare donde le vaya mejor y así lo hace. Un cordial saludo, el precio que corresponde y hasta la vista. No es hasta que veo al taxi perderse en la lejanía que no me doy cuenta de que no le he preguntado su nombre.


La plaza está bonita. Agradable, alegre. Hace un día estupendo y se augura una participación elevadísima en las elecciones.




Gente se prepara para examinarse del carnet de conducir.

Busco una parada de taxis cercana, aunque al final estuve andando un buen rato, y inspecciono los conductores que se encuentran en ella. Debería volver a una zona que me dejara cerca de casa. Vamos, que he hecho el primer recorrido solo para tener la oportunidad de poder hablar con un profesional de la conducción mientras trabaja. Un segundo testimonio me vendrá bien.


Para mi sorpresa, acabo subiendo en un taxi donde me recibe un conductor joven. Este habla catalán. Como el anterior, apariencia bondadosa, a simple vista parece tener buena fe. De otra generación, está claro, pero sin más. Aun así, no parece tan charlatán como el anterior.


Debo preguntarle directamente por si nunca ha trabajado en fechas “comprometidas”.


—La veritat és que no. D’una forma o d’una altra sempre me n’he lliurat. Però sí que tinc companys que han “pringat” i no me’n faig massa la idea.—dice en un perfecto catalán.


Me confiesa que se casó hace pocos años y que recientemente ha tenido una criatura. Una niña. Aparto la vista de la carretera y veo que le brillan los ojos cuando me habla de ellas. Sería muy duro para él trabajar la noche del 24, por ejemplo; o la noche del 31. Es algo que no concede y que, en palabras textuales suyas, “le partiría el alma”.



Imagen tomada de Internet.

Para mi sorpresa, me dice que en su momento se sacó la carrera de Filología Clásica. Trabaja libremente como taxista para llevar dinero a casa mientras no trabaja de lo que le gusta.


—Potser traductor, fins i tot professor en alguna escola… tot el que sigui transmetre el que he après em semblaria collonut.


Así seguro que no trabajaría en Navidad. Porque para Marc, así se llama, sería un drama tener que conducir en Nochebuena o en fin de año. Cuando tienes cosas tan importantes en tu vida como una hija que ver crecer y una mujer a la que amar, no quieres desaprovechar ni un solo momento de tu existencia para dedicarles todo el tiempo que se merecen. Cuestión de prioridades, de sentimientos, de obligaciones.






No sé ni en qué barrio estoy que le digo que pare aquí, que me quedo corto de dinero. Le agradezco su sinceridad. Se percata que me acabo de dar cuenta que lleva en la solapa de la chaqueta un lazo amarillo. Sonríe todavía más y me dice adiós con la mano. Me bajo y no sé donde estoy.


Un barrio dejado de la mano de Dios, con casas mal construidas, mal estructuradas, callejuelas estrechas y infinidad de coches aparcados. Cerca del Carmelo. No debo estar muy lejos de casa.


Bajando por una de las calles más anchas que encontré, reflexionando sobre los dos perfiles de taxista con los que había podido hablar, me encuentro un bonito gesto en la pared. Sin pensar mucho al respecto, me detengo, saco el móvil y me sorprendo a mi mismo sacando una foto. El odiador del postureo cazado. Estaba bajo de defensas, caray, un poco de empatía.


La vida debería ser amarilla. Amar y ya.

Solo esperaba que el conductor andaluz —o extremeño— siguiera haciendo lo que más le gustaba, y que Marc, el filólogo, pudiera librarse de todos los males para seguir estando con su familia.

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